DEMOLIENDO RECUERDOS

El periodista Carlos Bongiovanni, a la distancia, se hacía eco de la noticia respecto a la demolición de la que fuera la casa de “Paneton” Barbero. Abriendo su corazón, a la nostalgia y los afectos, escribió un texto que  compartió con DEVOTO DIGITAL publica:

Acerca de la demolición de la casa de “Panetón ” Barbero.

¡QUÉ MOMENTO DE MIERDA!

Sentado frente a mi computadora, desprevenido y con la guardia baja, tres fotografías pegadas en el muro de Facebook me cachetean del derecho y del revés. Tres sopapos impiadosos, uno por cada foto, me obnubilan por un instante, y me dejan sin aliento y sin reacción.

Miro y vuelvo a mirar. No lo puedo creer. No lo quiero creer.

Hubiera preferido que fuera sólo un espejismo. Hubiera querido que fuera sólo una desagradable ilusión óptica. Hubiera deseado ser ciego para no ver esas imágenes lacerantes.

Hubiera querido que alguien me dijera que todo era mentira; que era una joda para Tinelli. Pero no. Era cierto. Insoportablemente cierto.

Esa casa convertida en un montón informe de cascotes era la que me temía.

Esa casa en ruinas era la mía. No porque alguna vez me hubiera pertenecido, sino porque así la sentí siempre.

En esa casa comí y jugué, disfruté, compartí, soñé y fui dichoso. Allí aprendí el sentido profundo de la amistad sin especulaciones. En esa casa pasé muchos e inolvidables momentos de mi niñez con “Panetón”, fiel compinche de aventuras infantiles. Porque él y yo fuimos Sancho Panza y Don Quijote en bicicleta, pedaleando con rumbo incierto. Así en las calles como en la vida.

En ese momento supe que mi corazón, como la casa de las fotos, también estaba hecho trizas. Entonces sentí que la angustia me corría por las venas, que mis tripas se retorcían de amargura, que la congoja se hacía nudo en mi garganta. Que mares de lágrimas acudían a mis ojos y los nublaban, quizás para evitarme el dolor atroz de ver ese “espectáculo” desolador.

Estoy herido y no puedo disimularlo. Quiero que se sepa. Quiero compartir mi llanto para hacerlo más llevadero.

La piqueta que derribó esa casa estaba, sin saberlo, demoliendo una parte maravillosa de mi vida. La maza que tiró abajo esas paredes estaba, sin quererlo, haciendo añicos mis mejores recuerdos. Y las manos que convirtieron en escombros a ese mojón de mi infancia feliz tal vez nunca sabrán que hoy mi alma también está derruida. Y que en mi pecho hay un vacío infinito, tan inconmensurablemente grande como el que ahora habrá en ese sitio baldío, que en adelante ya nada significará para mí.

¡Qué momento de mierda, que hubiera querido no vivir nunca!

¡Qué momento de mierda, que hubiera deseado evitar!

Si para esto sirve la llamada “piqueta fatal del progreso”, díganle al progreso, de mi parte, que se vaya al carajo.

Y para no llorar de bronca, para no remorderme de impotencia, para no reabrir la herida una y otra vez, quizás será mejor no volver a pasar nunca más por allí.

No hay caso, Luisito. Naciste meado por una manada de dinosaurios con cistitis. El Destino te sigue pegando bajo, aún después de muerto. Y con golpes de nocaut. Demoledores, en todos los sentidos de la palabra. Literalmente demoledores. Que lo diga tu casa.

Ya nada queda aquí que dé testimonio de tu paso por este mundo. Sólo el recuerdo luminoso de quienes nunca te olvidaremos y esa tumba a la que le debo una visita. Para compartir un rato con vos, amigo del alma, como en los viejos tiempos…

¡Qué alguien me diga, por favor, adónde iré a comer anguilas, ranas y mojarras fritas con pan casero…!

¡Qué alguien me consuele diciéndome adónde podré ir en busca de los damascos, las granadas y los higos que había en el patio de la Nelly…!

¡Qué alguien me despierte y me diga que no es cierto que pasó lo que pasó, que todo esto no es más que una pesadilla pasajera…!

Mientras tanto, mientras mi mundo se va cayendo a pedazos de a poquito, déjenme maldecir por cada cosa entrañable que el tiempo me quita.

Déjenme seguir llorando mi pena…

Carlos D. Bongiovanni

                                                 (5 de junio de 2013)