Mensaje de Año Nuevo del Padre Adrián Taranzano

Iniciamos un nuevo año y los cristianos católicos los hacemos en el regazo de María, celebrada como Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta solemnidad con el inicio del nuevo año precisamente porque tienen en común la idea de nueva vida, de fecundidad, de promesa, de futuro.

María da a luz a un Hijo que se presenta como la esperanza de la humanidad y la providencia de Dios “pare” un nuevo año que se nos abre como horizonte y desafío. Todo inicio nos remite casi instintivamente a la esperanza, a la novedad y nos habla de oportunidades.

También puede ocurrir que caigamos en la tentación de proyectarle o pronosticarle de antemano nuestros fracasos viejos o nuestros desalientos recientes. No estamos exentos de empecinarnos en reflotar proyectos vencidos que tendrían que ser sólo parte de nuestro cosecha de experiencias.

Puede ocurrirnos también que inconscientemente veamos el año nuevo como una mera repetición de lo mismo. Por ello, la figura de María nos recuerda que el año que comienza es “nuevo” sólo si hay vida. Solamente así se puede descubrir el regalo del nuevo año como una tierra por cultivar y, por tanto, como una promesa de fecundidad.

El horizonte que se nos abre con el nuevo año nos desafía a no dejarnos enredar por las heridas del pasado, cercano o reciente, a no dejarnos amedrentar por los fracasos que cargamos en nuestro haber.

Quedarnos lamentándonos por lo que no fue nos clausura ante lo que puede ser. Que nada nos mutile la esperanza. El llamado a la fecundidad nos exige divorciarnos del miedo ante el futuro y del pánico a la aventura. Nuestro tiempo y el nuevo año están marcados a fuego por la presencia y la cercanía de un Dios que se ha hecho uno de nosotros para acompañarnos en el camino y para crearnos un futuro digno de nuestros anhelos. En Él, ¡feliz año nuevo!