Padre Adrián: Crónica de su encuentro con el Papa

El Padre Adrián Taranzano tuvo la gracia esta semana de estrechar en un abrazo al Papa Francisco. Concelebró con Él una misa y, más tarde, al saludarlo, le entregó un libro de reflexiones bíblicas. También la foto de dos devotenses con problemas de salud. ¡Un testimonio emocionante!

 

Custodio de la pequeñez de la Iglesia (Por el Padre Adrián Taranzano)

 

Tuve que ir a Roma a un seminario sobre Pentateuco, ofrecido por el Instituto Bíblico para los ex alumnos. Volver a las aulas del Bíblico significó para mí renovar la pasión por la ciencia exegética y hacer memoria agradecida de todo lo recibido en aquellos duros, exigentes pero invalorables años transcurridos en el Instituto. Fue una experiencia que marcó a fuego mi vida.

 

Unos meses antes, averigüé sobre la posibilidad de concelebrar la eucaristía con el papa Francisco en la capilla de la casa “Santa Marta”. Sabía que era teóricamente posible, pero era consciente de que los pedidos eran muchísimos y que no sería para nada fácil recibir una respuesta positiva. Para mi sorpresa, la respuesta afirmativa no se hizo esperar muchos días y me comunicaron que sería posible concelebrar el día martes 21 de enero a las 7 de la mañana.

 

Finalmente llegó el gran día. Era una mezcla de ansiedad, de alegría, de emoción… Encontraría personalmente a aquel hombre que había visto en alguna que otra oportunidad pero que ahora estaba sirviendo a la Iglesia desde la sede de Roma, la ciudad en la cual el anuncio y el testimonio de Pedro y Pablo fueron ratificados con su sangre.

Durante el viaje hacia el Vaticano – y ya los días previos – fui recogiendo en mi corazón personas, historias, rostros… sentía la necesidad y la obligación de llegarlos a todos y a cada uno de los que habían formado y forman parte de mi vida y ministerio; desde aquel primer bautismo en Freyre hasta la última confesión de aquella joven que lloriqueaba en Sankt Peter. Quería llegar a la eucaristía presidida por Francisco lleno de nombres…

Luego de ingresar en la capilla – muy sencilla y sobria – nos ubicamos en los lugares asignados y nos preparamos para comenzar la celebración. A las 7 en punto ingresó Francisco por el costado, revestido con los ornamentos de color rojo, dada la memoria de santa Inés, una mártir de los primeros siglos. Entró solo, a paso rápido y seguro.

En un italiano con acento porteño y con la misma parquedad litúrgica que tenía el arzobispo de Buenos Aires comenzó la eucaristía con la señal de la cruz. El momento de la homilía era esperado por todos con atención. Desde hace diez meses esas reflexiones diarias se convierten en titulares de diarios, surcan las redes sociales, se transforman en retwitteos. Para muchos, se han transformado en un alimento espiritual diario que toca y consuela; que cuestiona y sacude. A veces tienen el estilo de dichos de los padres del desierto, otras están marcadas con la fuerza de las filípicas, otras con la profundidad y la sencillez de un párroco de pueblo…

Ese día se detuvo sobre la relación personal de Dios con su pueblo y sobre la necesidad de custodiar la pequeñez, para poder relacionarse con Dios. No es posible abrazarlo si nos creemos grandes. Condición de posibilidad para el encuentro con el Padre de Jesucristo es custodiar la pequeñez contra las tentaciones y las actitudes de grandeza.

 

Luego de la eucaristía y de su momento de oración personal pudimos encontrarlo personalmente. En una sala contigua a la capilla fuimos pasando uno por uno para saludarlo. Cuando me fui acercando lo “primereé” y le dije:

 

– ¿ Puedo darle un abrazo?

– ¡Pero claro! ¿De dónde sos?

– Soy de la diócesis de San Francisco, en la provincia de Córdoba

– ¡Ah..! Allí son casi todos piemonteses.

 

Luego nos hicimos incluso un par de chistes sobre mi estudio en Alemania. Cuando le dije que estaba en Múnich me dijo con tono pícaro:

 

– Ah… dogmática en Múnich, Alemania… ¡Tené cuidado ahí, mirá que es peligroso, eh..!

– ¡Miré que también allí estudió Ratzinger, eh..!

 

No me dí cuenta de recordarle que también allí estuvieron Leonardo Boff y Gerhard Müller… Me hubiese gustado criticarle que hasta ahora no se había sacado jamás una foto con la camiseta de River, pero la emoción no me dio tiempo. Luego, casi con vergüenza, le entregué un pequeño libro con reflexiones bíblicas, diciéndole que era solo una “sciocchezza” (una estupidez) pero que adentro había fotos de dos personas de mi comunidad de Devoto con problemas de salud y la imagen de una comunidad de religiosas contemplativas de Córdoba que oraban por él. Quise incluir esas fotos como “representantes” de tantos rostros que había encontrado no sólo en mi última parroquia sino también a lo largo de todo mi ministerio. En ellos estarían todos incluidos… en ellos estarían todos abrazados por la oración diaria del obispo de Roma, ahora el papa Francisco.

 

Lo último fueron palabras de agradecimiento. Mirándolo fijamente a los ojos, le agradecí por su ministerio: “¡Es tan sanante lo que está haciendo!” Y aplicándole las palabras que él había usado en la homilía le dije que “estaba siendo el custodio de la pequeñez de la Iglesia”.

 

Estas últimas palabras pueden describir en gran parte lo que considero que es uno de los dones de este papado: cuidar la pequeñez de la Iglesia. Con ello no me refiero ante todo a la reforma de la curia, a su redimensionamiento o a la simplificación de secretarias o departamentos. Hay algo más profundo. Creo que sus acentos, decisiones e insistencias apuntan a “volver a la frescura de la orígenes”, cuando la Iglesia era más “barca” que “transatlántico”.

 

Una barca es mucho más frágil, pero precisamente por ello es quizás más dócil al soplo del “Viento”. No tiene más seguridad que la confianza. El transatlántico vive por la seguridad que le dan sus hierros, surca el mar casi omnipotente, se presenta majestuoso. La barca no tiene otra defensa la súplica: “Señor sálvanos” (Mt 8,25).

 

Fue una experiencia honda que me acompañará siempre. Finalmente me pidió que rezara por él. Mi “sí” a ese pedido fue y es un compromiso diario. No sólo porque el obispo de Roma tiene una misión especial para toda la Iglesia sino también porque Francisco – como el poverello de Asís – nos está recordando y desafiando a un evangelio sin glosa, audaz, intrépido, con esa frescura y esa fuerza que sólo pueden venir del Soplo de Dios, él único que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).

 

franciscopadreadrian8